Una reflexión sobre los santos.

La santidad no es como muchos creen, no es algo que está reservado solo para unos cuantos «elegidos» o «predestinados» de Dios. La santidad es para todos. Sí, para todos ¡Tú y yo podemos ser santos! A los santos no hay que pensarlos como seres extraordinarios, mágicos e inalcanzables. Los santos son hombres y mujeres; comunes …

La santidad no es como muchos creen, no es algo que está reservado solo para unos cuantos «elegidos» o «predestinados» de Dios. La santidad es para todos. Sí, para todos ¡Tú y yo podemos ser santos! 

A los santos no hay que pensarlos como seres extraordinarios, mágicos e inalcanzables. Los santos son hombres y mujeres; comunes y corrientes, tan naturales y normales que ni los que están cerca de ellos se percatan del brillo de su perfección. Solo al momento de su muerte, cuando ya les hemos “perdido” logramos despertar, para reconocer en ellos las obras de Dios. 

Mientras vivan, no serán más que la madre cabeza de hogar, que con el sudor de su frente logró sacar sus hijos adelante, el campesino que trabaja siempre con esfuerzo y honestidad, el joven que va en contracorriente por el mundo, el sacerdote que se esfuerza por ser otro Cristo en la tierra, la religiosa fiel a sus promesas, los esposos que a pesar de las dificultades viven su compromiso hasta el final…

Todos ellos con una transformación interior invisible a los ojos humanos, una transformación interior que implica necesariamente la crucifixión, el despojo de sí mismo y la total unión a la divina voluntad. 

Los santos con un corazón encendido viven profundamente el silencio y la sencillez, dando siempre un «Si» cuando en su interior se quiere imponer un «No». En la guerra de la maledicencia y la persecución, sus únicas armas son la bondad y el amor.



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erikolano

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