Refiere la historia que un día el célebre Diógenes, filósofo griego, se fue en pleno día a la plaza de Atenas con una linterna encendida, y como llamase tanto la atención, le preguntaron, ¿Qué haces en pleno día con esa luz encendida? Y les contestó: Busco a un hombre. Pero entre tantos hombres como se …
Refiere la historia que un día el célebre Diógenes, filósofo griego, se fue en pleno día a la plaza de Atenas con una linterna encendida, y como llamase tanto la atención, le preguntaron, ¿Qué haces en pleno día con esa luz encendida? Y les contestó: Busco a un hombre. Pero entre tantos hombres como se ven en la plaza, le replicaron, ¿no hallas a un hombre?.
La contestación del filósofo fue ésta: Estos no son hombres, no viven como hombres. Nosotros, diríamos hoy, son muchos los hombres que vemos, pero no viven como cristianos.
Si preguntásemos ahora nosotros qué es lo que más falta nos hace en nuestra patria en la hora actual, también tendríamos que decir: nos hacen falta hombres. Pero, se dirá, ¿acaso no tenemos hombres intelectuales y sabios, literatos y artistas, magistrados y funcionarios, y hasta agricultores e industriales y obreros inteligentes? Ciertamente, los tenemos, y si tratásemos de irlos enumerando nos haríamos interminables, pues son innumerables; más lo que nos falta hoy en nuestra patria son hombres cristianos, hombres que confiesen altamente su fe.
No faltan algunos, pero no tenemos bastantes hombres cristianos que vivan un catolicismo práctico.
Una nación vale lo que valen los hombres que la componen, porque de ellos parten los buenos ejemplos que arrastran a otros al bien. Tenemos, si, hombres inteligentes, pero la inteligencia no es lo que salva a los pueblos, sino las costumbres puras y las conciencias rectas, en una palabra, un catolicismo práctico. Hoy lo que vemos son multitud de ruinas morales y religiosas.
Necesitamos, pues, hombres verdaderamente cristianos, y tendríamos que preguntarnos: ¿Porqué tantos hombres hoy no lo son? En la actualidad nos vemos precisados a decir que no tenemos bastantes hombres cristianos porque el pecado del escándalo cunde en el mundo.
El célebre escritor Mons. Gibier dijo un día:
“En muchas casas apenas una cuna o dos, en las que crece un niño, ídolo de la familia primera edad, pero que constituirá su vergüenza en su juventud. Todo reposa sobre esta cabeza, todo se le sacrifica… ¿Por qué? Porque un día se lleva la muerte, de un solo golpe, este vástago delicado, o porque el pecado, más cruel que la muerte, lo devora como a su presa, y lo arroja, podrido en sus costumbres, en medio de una sociedad para que se convierta en llaga de ella. ¿Por qué tenemos tan pocos? ¿Por qué? porque se ven privados de los buenos ejemplos de sus padres. Si el padre no es cristiano, a los siete años lo advierte su hijo; a los diez, se asombra de ello, a los quince se escandaliza, y el primer grito de las pasiones, hace de ellos su arma. La apostasía de los hijos no es a menudo más que la consecuencia de la indiferencia paterna. El porvenir definitivo del mundo pertenece a los pueblos que tienen más familias numerosas, laboriosas y cristianas. Y el padre, precisamente, es el que las hace así; numerosas laboriosas y cristianas”
¡Cuántos males acarrea el escándalo! Cuando los padres son indiferentes en religión, cuando ellos blasfeman o no van a Misa el domingo, lo que hacen con su mal ejemplo es arrastrar a sus hijos y a otros muchos al pecado. Esto nos mueve a hablar primeramente del escándalo y de su gravedad y del deber de repararlo.
— De: El Escándalo y el Respeto Humano (Benjamín Martín Sánchez)